Un delicado cuerpo se
abrió al aire libre como
un cultivo de tulipanes
al aproximarse el esplendor
de la primavera, y el céfiro
la cubrió entera.
Él suave besó sus labios
y apretó con firmeza
sus hermosos muslos
bien formados y ansiosos
por su cercanía.
Ella se adhirió a su boca
y estrelló sus montañas
erguidas con el pecho
del noble varón.
Él la abrazó fuertemente
rodeando su cintura
mientras devoraba sus
carnosos labios a besos.
Los dos subyugados
por la belleza del paisaje
el cual absorbía esa sal
que emanaba de sus poros,
frente al deseo de sus
ávidas caricias y pasiones
incontroladas.
Él bajó delicadamente
como un aventurero
al encuentro de sus
jugosos e insaciables
pezones, más trigueños
que el mismo trigo,
exquisitos que se sacudían
en los labios de aquel
caballero, mientras acariciaba
con ternura sus costados.
Y fue ahí la consumación
total al llegar el gemir
de la noche, cuando
la dama de los tulipanes
regaló su ultimó grito
en plena mansedumbre.
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